Crepuscular de la matriarca de hierro

revoltosa

 

Las sales de la víbora irritan la nariz.
¡Ay!, inferniza el trebejo detrayendo el camino.
¿Quién calla la mandíbula que avisa cicatriz?

La princesa de hierro, suelta en el torbellino,
despeja con la escoba el húmedo carbón,
que trunca la balanza, que ha tiempo rasgó el lino.

Venezuela le sobra bombos del corazón,
a pesar del histórico garrotazo certero
que le tiene ahogado, en el pozo, el pendón.
La justicia tomada ¡tornará con su fuero!