Crepuscular de la matriarca de hierro

revoltosa

 

Las sales de la víbora irritan la nariz.
¡Ay!, inferniza el trebejo detrayendo el camino.
¿Quién calla la mandíbula que avisa cicatriz?

La princesa de hierro, suelta en el torbellino,
despeja con la escoba el húmedo carbón,
que trunca la balanza, que ha tiempo rasgó el lino.

Venezuela le sobra bombos del corazón,
a pesar del histórico garrotazo certero
que le tiene ahogado, en el pozo, el pendón.
La justicia tomada ¡tornará con su fuero!

Rastro de Malaca

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La reina sus fragmentos descabella,
capillejo guardando la cornisa,
que al debelar su chispa no aplebeya.

¡Fraccionada, duplica la divisa
en tierra!, sin que racha le sacuda
el púrpura: moscón que magnetiza.

Es una cifra Otoño, que demuda
el rostro, rodeado en Primavera.
Disciplina al sagaz con lira ruda:
que la muerte decora buena estera.

La caída del árbol de los mil años

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Samán de Güere en la actualidad

Fue la noche, mampara de las luces
en ascenso, culpable de la muerte:
¡Amoco maquinó al rodar de bruces!

Telúricas raíces —mala suerte
al enroscarse el perno del destino—,
no contuvieron la salud del fuerte.

¡Mil años descompuestos! Repentino
fue el azote al duramen del coloso,
¡Mil años extinguidos! Mortecino
es el ciscón del árbol religioso.

 

El Samán de Güere es el nombre dado a un árbol de samán (Samanea saman) situado en la avenida Intercomunal Santiago Mariño del municipio homónimo, Venezuela. Declarado monumento nacional en 1933. El árbol y su ambiente inmediato constituyen un monumento histórico por haber sido el punto visitado por el Libertador Simón Bolívar con sus tropas en su paso por Aragua. Además, por el año de 1800 y por un exámen realizado por Alexander von Humboldt le concedió al samán una edad igual a la del dragonero de Orotava, es decir, mil años.

El 18 de septiembre de 2000 poco antes de la media noche, su tronco principal cayó por los fuertes vientos que arrazaban sobre el ya podrido madero.

Amoco – demonio de la nación cumanagoto (etnia indigena de Venezuela) que es representado con el rayo.

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Fotografía del Saman de Guere de 1857 por Paul de Rosti, titulado (Der große Zamang)

El llanero

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Pintura de Eloy Palacio. Siglo XIX

La casaca del llano tercia al paso
cuando la luna estila leche intensa
y el palafrén destranca su regazo.

En barbas de la noche —aún suspensa—,
al maute fosiliza con la maña,
horario en que la ubre recompensa.

Su esmalte belicoso fue de hazaña:
como quien melga o barre el continente.
Su diestra para el arpa no es extraña;
a la dama —en hinojos—, reza urgente.

La flor de mayo

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La cattleya mossiae es la flor nacional de Venezuela desde 1.951

 

¡La zarina desdobla sus enaguas!
La zarina respira abiertamente
por manos del edén desde sus fraguas.

Hincha en la roca el bezo diluyente,
o empercha, con el peplo, la enramada,
donde boceza el clima o la serpiente.

 

La crucifican en la cruz trazada
como un tótem curioso, en primavera.
La quiere la parcela en madrugada,
y Yara, en cabalgata, de escudera.

El piache-jaguar y los siete rostros flotantes

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Petroglifo en el sector Los Yánez, parroquia Carayaca, Edo. Vargas

 

El jaguar patrocina como adarga,
corazón que desdobla su energía
por la espiral del yopo que abotarga.

Siete rostros flotando en la sombría
zona, que la maraca zarandea
al reforzar su semen con la orgía.

¡Osado el canto! Ínclita tarea
contra el achaque, para hundir el trono,
que al desvalido su salud saquea,
enhiesta la macana con encono.

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Rechinó la baldosa de París
desde el Andes, apéndice de guerra.
¡Espumaron el vino con anís!

La bóveda triunfal, alzada en tierra,
fue el descaro, el espíritu malquisto,
en hombros del burgués que teme y berra.

El grillete a las botas fue previsto.
Banqueros apiñados al trasnocho
de las calles, al no ayudar al cristo;
de sus bocas enanas creció el gocho.

Las fauces del diablo

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Suspira en verde sayo la latebra,
tugurio intestinal del hunapú,
en tiempos que infamaba la culebra.

Escondida en la giba de un cebú,
le confiere al quiróptero nocturno
madeficar su sombra de tisú.

Tallada desde el bozo de Saturno,
hasta la torcedura de su dedo;
enluce si la piedra pisa alburno,
y sus fauces invocan carga y miedo.

El hombre de los 600 nombres

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Con el hábil tendón, que de tu mano,
tendido, con afán a la escritura,
y con los aires que surtía Jano,

licuaste los escritos a tu altura.
¡Argucia del disfraz entre los vates,
en sus dignos talentos de locura!

Hecha la delación de tus dislates,
además de abusar del buen Rufino,
por dormirte en Madrid en sus arriates,
al parecerte el dumio tan cansino.

La malquerida zarzuela

De todos mis adefesios es la letra de Alma llanera del que mas me arrepiento. En efecto, es esta mi página dolorosa; el hijo enclenque de mi espíritu, la cana al aire, la metida de pata. Amigos abandonados, por consolarme, dicen que su mediano estreno en el Teatro Caracas y su pavorosa “reprise” en el Municipal, fueron  culpa de los cómicos que la montaron, que eran muy malos.9 de enero de 1916 – Rafael Bolívar Coronado

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¡Coronado! ¡Tonto bardo, lerdo y leve! Con la queja,
hiena austera que al instante clava el diente al pescuezo,
retorciste la corona refinada de tu oreja.

«¡La apertura de la noche desgajaba con bostezo!»
¡Qué condena concentrada con ligero histerismo!
Pues, los labios, nunca dieron las señales de un tropiezo.

De tus ojos, bajo sombra, divisaron con simplismo
el teatro, que en la sala fue cogido con cautela.
Te sentías, a dos años, sentenciado al abismo;
con el tiempo, a la cumbre, esponjaba tu zarzuela.