Crepuscular VII

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La lluvia se propone con sus dedos
al plantarse el invierno a su mesura,
por millar alborota y sin enredos.

La pulsación, acústica escritura,
contra el trozo de zinc sacramental,
trócalo en artefacto que depura.

Se engríe la techumbre musical,
pianola que insinúa su cadencia.
El chinchorro que, junto al vendaval,
embotan el bostezo con licencia.

Crepuscular VI (2da. versión de la Crepuscular V)

La ciudad muerta

Nació en una vieja ciudad del oriente de Venezuela que esconde entre cardonales ruinas de un pasado mejor, a orillas de un río (Neverí) que fue navegable y cerca de unas llanuras de terrenos salitrosos. […]

En este ambiente formose el carácter de Manuel, así llegó a la adolescencia con un inmoderado hábito de soledad y un propósito único, absorbente, escapar de aquella ciudad mortal de donde emigraban todos los hombres fuertes. […]

Era una desbandada trágica que iba dejando sin cerebros y sin brazos a la provincia, en la cual, a la postre, solo quedaría el rezago de los incapaces y de los mediocres. […]

Una tarde levaron anclas ante una multitud de curiosos que todavía no querían convencerse de que la obra del coterráneo fuese una embarcación como otra cualquiera […]

(Rómulo Gallegos, Caracas, 1.919)

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El Neverí del cuento asoma viejos
seres atribulados que carencia
redujo con profundos entrecejos.

Apena el cardonal a la paciencia
áspera al sol, y al pie, con asechanza,
fisura con impávida violencia.

El río, el Padre río, con templanza
se dobla al mar, no cierra la promesa,
y la proa maltrecha así se lanza
con los nautas, ansiosos por su empresa.

Crepuscular VI

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Prescindir de la pública alpargata,
una prenda del pie de cuerda ruda,
es juzgar el hilván con que se ata.

Antípoda a la chancla puntiaguda,
su retrato precisa dúctil tropo:
largo moflete de mujer barbuda.

Cierto, diera manojos de heliotropo
a la dama que con calor me trata,
pero dicta la ley del buen joropo:
¡aturde tolvaneras, alpargata!

Crepuscular V

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Desembocadura del río Neverí en el Mar Caribe

El río pasa y deja por la orilla
un género de láminas o espejos
hábiles para el pacto con la villa.

*El Neverí del cuento asoma viejos
seres atribulados, la miseria
les injurió con hondos entrecejos.

Los mozos conjeturan, con la seria
aspiración, armar ramplón navío.
Unos, se acomodaron a la histeria;
otros, escucharán al padre río.

* Es la principal arteria fluvial de la ciudad de Barcelona (Edo. Anzoátegui, Venezuela). El Neverí del cuento, es la alusión al relato La ciudad muerta, del escritor venezolano, Rómulo Gallegos, que tiene como escenario principal esa misma ciudad en el entonces año 1.919. El cuento alude sobre el dominio de la naturaleza hostil que ejerce sobre el hombre, y cómo éste en su necesidad de fuga, de oportunidades que su propia tierra le niega, por circunstancias político/históricos, pone sus esperanzas en el rumbo que le presta el río Neverí hacia otras latitudes, por medio del mar hacia la ciudad de Caracas.

Crepuscular IV

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Hay la bóveda elíptica y celeste;
y, en el mangle, el cangrejo que trajina
con el mismo perfil vivaz y agreste.

El azul desengancha su vitrina
que da a la mar. En tanto, el escondite
del crustáceo, la ola arremolina.

Los dos actores plasman el convite
que la astuta naturaleza opera:
el mar, el elemento de la elite,
al otro humilla, pues, de vil manera.

Crepuscular III

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Cacique Cayaurima

Cayaurima, gran choto de su aldea,
reconocida la pericia hispana,
no dudó demostrarle su ralea.

¿Enfrentar cómo, pólvora y macana?
¿El peto duro contra el sacro onoto?
¿La ley nativa contra la profana?

Si de alguna querencia se es devoto,
poco solaz y magistral templanza:
el honor, con aquel, no será ignoto;
habrán, con éste, letras de alabanza.

Crepuscular II

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Apamate (Tabebuia rosea)

Efímera y flemática es la flor
del apamate, espíritu del huerto
que fácilmente muere con fulgor.

Cae, y cuando cae, está cubierto
el tramo, donde pisa la alpargata
con mezquindad. Torpeza y desacierto.

El hombre, en su extravío, nunca trata,
nunca estima la vida en su conciencia;
si mirara a la flor que no es ingrata,
supiera la importancia de la esencia.

Crepuscular I

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Chaure

Con cierta dejadez el chaure cruza
el cielo, por la sombra gobernado;
cruza como avisando a la gentuza.

El rapto de animales ha menguado
como infamia, creyendo que la pava
obra de juez, ejecutor del hado.

La fantasía, la razón socava;
si la plebe prescinde o controvierte,
esto no librará su esencia esclava
de la innegable dueña, que es la muerte.

Crepuscular de la matriarca de hierro

revoltosa

 

Las sales de la víbora irritan la nariz.
¡Ay!, inferniza el trebejo detrayendo el camino.
¿Quién calla la mandíbula que avisa cicatriz?

La princesa de hierro, suelta en el torbellino,
despeja con la escoba el húmedo carbón,
que trunca la balanza, que ha tiempo rasgó el lino.

Venezuela le sobra bombos del corazón,
a pesar del histórico garrotazo certero
que le tiene ahogado, en el pozo, el pendón.
La justicia tomada ¡tornará con su fuero!

Rastro de Malaca

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La reina sus fragmentos descabella,
capillejo guardando la cornisa,
que al debelar su chispa no aplebeya.

¡Fraccionada, duplica la divisa
en tierra!, sin que racha le sacuda
el púrpura: moscón que magnetiza.

Es una cifra Otoño, que demuda
el rostro, rodeado en Primavera.
Disciplina al sagaz con lira ruda:
que la muerte decora buena estera.