Prescindir de la pública alpargata,
una prenda del pie de cuerda ruda,
es juzgar el hilván con que se ata.
Antípoda a la chancla puntiaguda,
su retrato precisa dúctil tropo:
largo moflete de mujer barbuda.
Cierto, diera manojos de heliotropo
a la dama que con calor me trata,
pero dicta la ley del buen joropo:
¡aturde tolvaneras, alpargata!