La bruja (1640-1649), de Salvator Rosa

Detrás, el escenario depravado:
huesos molidos, triste calavera,
mantienen fresco al ángel olvidado.

Es la bruja, del diablo la escudera,
con una cruz saltándole la piel,
y un soplo, ansiando, en ruda cabellera.

Que el esperpento —falla de un dintel—,
calado con arrugas de crudeza,
y alegre, por la taza de la hiel,
fuera para el pintor, la audaz belleza.

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